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Percepción




¿Qué es la percepción?

¿Una habilidad biológica nata o aprendida?

Parte 1


La familiaridad y la facilidad con las que ejercemos cotidianamente nuestras facultades cognitivas da a estás una apariencia simple, aunque más bien oculten su gran complejidad. Nada es más cierto hablando de la percepción. Ésta es la facultad cognitiva por excelencia.


La percepción es la capacidad fundamental que nos mantienen contacto cognitivo con el mundo. Nuestra supervivencia depende directamente de ella. Es una capacidad compartida por todo animal cognoscente, que ha evolucionado en las distintas especies de forma muy diversa. En el caso de los seres humanos, la percepción se ha especializado en (por lo menos) cinco distintos sentidos o modalidades sensoriales que implementan diversas funciones cognitivas. A su vez, estas funciones posibilitan la supervivencia y el desarrollo del organismo en un medio ambiente con el que interactúa. En este sentido - un sentido funcional - percibir el mundo equivale a operar adecuadamente en el.


Aparte de ponernos en contacto con el mundo, la percepción también es fuente de experiencias sensoriales: escuchar una melodía, oler un aroma o contemplar una puesta de sol, son tres experiencias perceptivas que se presentan en modalidades cualitativamente diferentes (p.ej., modalidad auditiva, olfativa y visual). Este segundo aspecto constituye la dimensión fenoménica de la percepción y, en este sentido, percibir el mundo equivale a experimentarlo.


Un tercer aspecto de la percepción lo constituye - en el caso de los humanos - su dimensión simbólica o lingüística-conceptual. Este aspecto nos permite percibir el mundo en función de conceptos y descripciones comunicables que, al tenerlos disponibles y aplicarlos, le otorgan una identidad a lo que percibimos.


Percibir objetos, propiedades o eventos con una identidad verbalmente discernible revela claramente: a) la incidencia de la dimensión simbólica (lingüística-conceptual) sobre la dimensión fenoménica y, eventualmente, sobre la dimensión funcional y, b) los conceptos “que visten” a la experiencia perceptiva y con los cuales ésta se singulariza y articula. Así, por ejemplo, podemos describir un mismo objeto perceptivo como “una pieza de metal”, “un martillo”, “una herramienta” o “el arma del crimen”, según los conceptos disponibles movilizados por el contexto de pertinencia que corresponda.


Podemos también, por ejemplo, ver una nube con forma de elefante o ver una figura como pato o como conejo. Estos ejemplos ilustran el carácter típicamente conceptual de nuestra experiencia perceptiva ordinaria. En cualquier caso, describir y comunicar lo que percibimos es posible gracias a la dimensión simbólica (lingüística-conceptual) que lenguaje habilita. En este sentido, percibir el mundo equivale a describirlo (o, por lo menos, poder describirlo).


Estos tres aspectos de la percepción (funcional, fenoménico y simbólico) se conjugan en la percepción ordinaria de los seres humanos de modo tan eficaz como complejo. Esta complejidad sólo puede ser abordada por medio del estudio fragmentado de la percepción, esperando que algún día podamos reunir dichos fragmentos en una teoría red robusta.


Un Esfuerzo en esta dirección es realizado por Kevin O Reagan y Alva Noe, Quienes proponen una teoría sencillo motora de la experiencia visual. En su trabajo, los autores dejan en claro que la visión no puede ser explicada sin referencia a la acción que la acompaña. Pero, sobre todo, los autores sugieren salvar el “hiato explicativo” entre los procesos cerebrales y el aspecto experiencial o fenoménico de la visión por medio de un análisis de las “contingencias sensoriomotoras” que rigen y determina en la esfera de la percepción visual .


O Reagan y Noe caracterizan distintas nociones tradicionales de la filosofía y psicología (como “sensación”, “experiencia”, y “conciencia”) en un marco externalizada y pragmatista, donde el acoplamiento entre organismo y entorno y las mencionadas contingencias sensoriomotoras desempeñan un papel crucial para su comprensión. Empezando por un cuestionamiento sobre el concepto de sensación, los autores proponen entender las cualidades fenoménicas de nuestra experiencia -y de la sensación en particular- por medio de dos tipos de contingencias. Así, nos dicen estos, aún la experiencia del color rojo podría ser explicada en términos de nuestro dominio de esas contingencias para llegar así a la idea de que “la sensación de rojo es un modo de hacer cosas, no algo que emerge de una excitación neuronal”. El trabajo analiza otras cuestiones clásicas relacionadas con la experiencia, como la conciencia y el problema del enlace (the binding problema), y termina evocando experimentos sobre la ceguera al cambio, todo lo cual, nos dicen los autores, puede ser asimilado con el marco unificador de su teoría.


Aunque según O Reagan y Noe el problema del enlace es un seudoproblema, José Luis Bermudez lo considera un problema real, aunque no en los términos en que clásicamente se formula. Bermúdez nos dice que aunque se solucionará el problema clásico del enlace, eso no bastaría para garantizar la percepción de objetos por parte del agente cognoscente. Un objeto perceptivo, nos dice el autor, es algo más que meros rasgos perceptivos coinstanciados conjuntamente en un momento y lugar dados.


Proponiendo un segundo tipo de “enlace”, Bermúdez rechaza acudir a las teorías metafísicas del agregado y del sustrato para dar cuenta de la relación entre propiedades y objetos perceptivos y sugiere que, más allá de buscar los mecanismos que supuestamente explican cómo se coinstancian diversas propiedades para formar objetos, debemos buscar los principios físicos de nivel superior que permiten la constitución y permanencia de los objetos percibidos.


Estos principios, continúa, pueden ser inferidos a partir del estudio empírico de la percepción de los bebés. Más aún, Bermúdez sugiere que es posible encontrar los principios que comparten bebés y adultos y que, en definitiva son los que rigen la normatividad del concepto “objeto”.

Todo estoy Eva a preguntarse sobre la “física ingenua de los bebés”, la cual podría arrojar luz sobre los principios teóricos con los que los adultos entienden implícitamente el concepto “objeto”.


Bermúdez termina sugiriendo que, a fin de cuentas, no es posible separar los objetos de percepción de nuestras teorías sobre estos, en el siguiente sentido: percibir un objeto implica comprender implícitamente los principios físicos que rigen la existencia y permanencia de este; vídeos principios no están en pie de igualdad fenoménica con las propiedades visibles del objeto, como su forma y color, sin embargo, tampoco esos principios son inferidos a partir de las propiedades fenoménica superficiales. Con esta sugerencia final Bermúdez parece endosar una versión de la teoría de los preceptos, de corte jamesiano, aunque esto está por verse.


El trabajo de Jesús Vega resulta muy completo y refrescante en la discusión sobre la naturaleza de la experiencia perceptiva. Completo, Porque busca una serie de teorías filosóficas (más o menos tradicionales en la literatura sobre la percepción) enmarca claramente la discusión y permiten poner de manifiesto lo que está en juegos: explicarla conexión entre mente y mundo. Y refrescante porque Vega acude a la modalidad táctil (al tacto) para poner a prueba nuestras teorías y posturas sobre dicha conexión, haciendo del tacto un modelo de las relaciones epistemológicas de familiaridad perceptiva; y de paso, el autor indaga sobre la eventual naturaleza modal de nuestros conceptos. Vega atinadamente señala que el razonamiento con el que se fraguan explicaciones sobre la percepción está claramente sesgado hacia la modalidad visual, lo cuál puede ocultar o confundir ciertos hechos y nociones importantes para la filosofía de la percepción “¿podría el tacto - se pregunta el autor - ser un buen modelo del funcionamiento de la sensibilidad perceptiva y ofrecer sugerencias para acomodar los requisitos de una correcta teoría filosófica de la experiencia (perceptiva))? Con esta pregunta en mente, Vega ofrece una interpretación de la experiencia perceptiva en términos de un contacto atencional y consciente entre el organismo y ciertos rasgos objetivos del medio ambiente.


Al evocar repetidamente, en la línea de cierta visión eminentemente británica, el tacto como un acceso privilegiado para concebir la relación cognitiva entre agente y entorno, el autor logra cuestionarnos sobre ciertas nociones a establecidas en el estudio tradicional de la percepción (para eventualmente reafirmarlas o rechazarlas), como, por ejemplo, la consagrada distinción “directo/indirecto” (en relación con el tipo de contacto de nuestras facultades cognitivas con el mundo), la noción de “sensación” o la distinción “pasivo/activo”.


Asimismo, Vega enfatiza el papel del movimiento y de la acción, así como del cuerpo propio, en la comprensión de la experiencia táctil y en el conocimiento del mundo. Finalmente, el autor se aleja de la idea tradicional de contenido perceptivo en términos de sensaciones + conceptos, y argumenta a favor de contenidos “presentacionales” que coespecifican tanto a la gente cognitivo como al entorno en el acto mismo de percibir.


Continuará...

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