Actividad 2: Reflexionar sobre si una máquina puede realmente pensar nos lleva a una travesía entre la filosofía, la inteligencia artificial y la ética, y todo esto tiene una onda que se conecta con la medicina, mi campo de estudio. Desde los inicios de las supercomputadoras, como el ENIAC en la década de 1940, hasta la locura tecnológica actual, las máquinas han mostrado una habilidad asombrosa para procesar información.
La pregunta clave aquí es si estas máquinas pueden tener pensamientos reales, como los seres humanos. Aquí es donde entran en juego las ideas de John Searle y los esposos Churchland. Searle plantea la diferencia entre que una máquina simule inteligencia y que realmente tenga pensamientos. ¿Puede una máquina "sentir" de la misma manera que lo hacemos nosotros?
Los Churchland, desde su perspectiva de inteligencia artificial fuerte, sugieren que la clave está en la estructura y las conexiones de la máquina, más allá del material específico que la compone. Es decir, si logramos replicar las interconexiones complejas en una máquina, ¿podría pensar como nosotros?
Y aquí es donde la cosa se pone ética, especialmente desde mi perspectiva como estudiante de medicina. Mucha investigación neurocientífica se basa en experimentos con animales, lo cual plantea un dilema ético. ¿Es justificable utilizar animales en nombre del avance científico? Como futuro médico, esto me hace pensar en la línea delgada entre el progreso y el respeto hacia otras formas de vida.
Esta reflexión en la encrucijada de la inteligencia artificial, la ética y la medicina nos lleva a cuestionarnos cómo entendemos la mente y si podemos recrear esa complejidad en una máquina. ¿Puede una máquina pensar? Desde mi perspectiva la respuesta está en nuestro entendimiento más profundo de la mente y cómo podemos aplicarlo éticamente en la búsqueda del conocimiento científico.